miércoles, 13 de mayo de 2009

De cierta Intertextualidad 15 de Diciembre de 2008

Hoy llegará a su casa tarde; de pronto se le han quitado las ganas de regresar. En realidad jamás las ha tenido, sabe muy bien que lo espera una mujer maloliente gorda y amargada; ansiosa de descargar sus frustraciones en él.

Hoy ha caminado más de la cuenta, puede que la intención obsesiva de entregarle una navidad digna a su hijo lo haya llevado a la inconsciencia de destrozarse los pies para ahorrarse la micro, la verdad es que no le importa; desde muy pequeño aprendió que tras la consecución de grandes objetivos, precedían grandes sacrificios. Aunque olvidó hace muchos años cuáles eran sus objetivos iniciales, de hecho ni siquiera recuerda cuáles eran los finales. Sin embargo, el siempre ha creído con un afán enfermizo, que si los recuerda, y es eso lo que lo llena de amargura, le deforma la cara en tristeza y en cansancio, pese a que recién haya cumplido los treinta y cinco años de edad.

Ahora de pronto se ha detenido, Se acerca a un local que vende comidas y licores. Toma una cerveza tibia con avidez. Durante quince segundos siente el liquido recorrer por su cuerpo, y luego aquella sensación, se desvanece. Quince segundos que le parecen eternos.

Sumido en la absoluta soledad interior comienza a recordar las palabras de Kafka, Camus, Sábato, Borges y por qué no, a García Márquez. Hace unos veinte años atrás se deleitaba con aquellas páginas blancas y perfumadas, páginas que al igual que el, hoy yacen marchitas. Siempre solía burlarse del existencialismo, de la explotación del hombre por el hombre, de las encíclicas cristianas, de las reformas sociales, y en general, de toda patética manifestación de lamentos y filantropía. Hace unos veinte años atrás él era el rey del mundo. Ahora observa su reflejo en la vitrina del local y no está tan seguro.

Entonces comienza a recordar con un poco de vergüenza las tardes en las que emitía juicios contra los borrachos y los indigentes, los mismos que hoy se habían transformado en sus compañeros de merienda. Sus deseos de compartir vino de reserva y whisky caro con peces gordos se habían convertido en una cerveza barata y tibia al lado de mendigos que no era más miserables que él. Ha tragado la cerveza, de pronto la música de Morricone le da vueltas en la cabeza, aparecen jardines y niños corriendo tras flores púrpuras y mariposas amarillas. No le parece extraño, alguna vez le conto aquel sueño a un amigo. Se pregunta por sus amigos, suspira cortamente y luego respira el silencio.
Lo han abandonado.

Vuelve en sí y mira a su alrededor. Observa rostros sedientos de gritarle en su cara que tiene problemas con el alcohol, que es un fracasado o que no se interesa por su familia. Comprende muy bien que tras cada juicio de valor emitido, se esconde un ser humano miserable incapaz de llenar su propia vida, aún así se indigna. Desea escuchar algún regaño para descargar un golpe o de algún otra forma su frustración con insultos verbales. Se ha vuelto vil y salvaje, al igual que el resto del que antes, con orgullo se diferenciaba.

Camina. Sus pies se han insensibilizado. Sonríe por primera vez al recordar la misma insensibilidad a la que se exponían los súbditos de la reina victoria. “Progreso”, comenta para sí. Construye una línea de tiempo tan abstracta que se molesta consigo mismo. Recuerda a Bentham mientras camina.

Ahora unos perros le ladran, se acerca a la puerta, advierte que su mujer aún permanece despierta, pasa por su lado sin mirarla, ya no hay amor. Es evidente. Se siente un poco solo, y está seguro de que ella también siente lo mismo. Ella murmura débilmente: “Gregorio” (…) Él sigue de largo. El mundo le ha pasado por encima. Empuja la puerta entreabierta, observa a su hijo que está dormido y se pregunta si un día, al igual que a él, al pequeño le sucederá lo mismo. Deja de sentir miedo. Ya no tiene que despertar con la sorpresa un día.

Mientras caminaba, se había convertido en insecto.